Bestialidad policíaca
- Nosis
- 8 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Cuando supuestos héroes demuestran ser auténticos villanos
Por Daniel Hurtado
George Floyd, Giovanni López y, cómo no mencionar a nuestro compatriota, Ánderson Arboleda. ¿En qué se parecen estos tres personajes, de los muchos que se podrían mencionar? En que los tres murieron a manos de un policía. Sin ninguna consideración, diálogo o interrogatorio, estos tres hombres fueron violentados hasta la muerte por un miembro de una institución que presume de protegernos contra la violencia de los malhechores. Pero, ¿cómo es posible que una entidad como la Policía pueda defendernos de la violencia, cuando es esa misma violencia la que termina siendo ejercida; y peor aún, sobre gente indefensa e inocente?
Mucho se ha hablado y criticado sobre el racismo y cualquiera de sus manifestaciones en estos días. Pero, ¿dónde queda la violencia y su legalidad? Al fin y al cabo, fue esa permisividad de poder maltratar, concedida a un ser humano, lo que provocó la muerte del mundialmente aclamado Floyd, de los otros dos hombres y de muchas personas a lo largo y ancho del planeta.
No es difícil darse cuenta de que el darle poder a cualquier persona siempre va a desembocar en consecuencias negativas, así sean de poca o mucha magnitud. La Policía, sea colombiana, estadounidense, mexicana o de cualquier país, siempre presumirá de que posee medidas y protocolos cien por ciento seguros al momento de incorporar personal a su institución (salvo en los países donde el servicio militar es obligatorio, ahí cualquier hombre mayor de edad puede formar parte del Ejército, de la Policía y de cualquier institución de la Fuerza Pública). Pero después se ven casos como los de Floyd, López y Arboleda, y así, cualquier persona con sentido común y facultades mentales cabales termina dándose cuenta de que dichas medidas y protocolos de elección son cien por ciento falibles y que fiarse de una institución de la Fuerza Pública no es para nada viable.
Los acontecimientos de la semana anterior son pruebas fehacientes de que el amparo que la ley da a la violencia ejercida por la Policía (y cualquier institución que haga parte de la Fuerza Pública) puede resultar demasiado contraproducente para la sociedad (la misma que la Fuerza Pública presume defender). Se puede objetar que, aunque haya unos cuantos que sufran, la violencia es necesaria para frenar la violencia de los malhechores. Pero sería interesante saber si aquellos que proclaman eso estarían dispuestos a ser ellos quienes padezcan de esa violencia policiaca (o de cualquier otra entidad afín). Lo más probable es que se nieguen. De modo que dicho argumento resulta inválido y por los mismos que lo pronuncian. Sin lugar a dudas, darle a un ser humano, el cual tiene fama de ser oportunista y agresivo, el permiso y el poder de atacar a otros, así sea con el pretexto de salvaguardar su vida y la de otros, puede resultar en actos abominables e inauditos, como las muertes de esos tres hombres. La semana pasada fue por cuestiones racistas. En esta o en la que viene, quizá un policía, en alguna parte del mundo, le dé muerte a otra persona por alguna venganza personal, o porque lo miró feo, o por algún otro motivo que no tiene justificación.
Es inútil clamar por penas y castigos para los culpables de tan horrendos actos, porque eso no impedirá que a algún cuerpo policiaco se le sumen individuos iguales o más perversos que los asesinos de Floyd, López y Arboleda. Mientras haya libre ejercicio de la violencia concedido a hombres y mujeres, sucesos como los ya mencionados seguirán existiendo, y una de las víctimas podría ser tú, quien está leyendo esto. Y siendo ese el panorama, quizá ya es el momento en que debemos comenzar por dejar de poner nuestra seguridad y salvación en instituciones que, aunque declaren que nos defienden de la violencia de los malvados, se valen de esa misma violencia contra la que, supuestamente, combaten. La única vía para evitar que se cometan estos y otros actos de injusticia consiste comenzar a tener responsabilidad sobre nuestras acciones y comenzar a desarrollar respeto, consideración y afecto los unos por los otros.
Es en este tiempo donde mejor se puede comprender el refrán de Gandhi, el cual dice: “Ojo por ojo, y todo el mundo se quedará ciego”.
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