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EL PASO HACIA LA PAZ

  • Foto del escritor: Nosis
    Nosis
  • 1 abr 2020
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 29 abr 2020

Razones por las que debe abolirse el servicio militar obligatorio


Por Daniel Hurtado



“Dichosa la madre costarricense que sabe que su hijo, al nacer, jamás será soldado.”

-Rioichi Sasakawa.


Cuando escucho decir a alguien, o leo en los comentarios de algún periódico digital o de alguna noticia publicada por Facebook, que Colombia es un “país muy conservador”, pienso un poco sobre tales afirmaciones, y termino por darle un poco de razón a todas esas personas que profieren eso. Pero, ¿por qué digo que solo les doy un poco? Por esto: tales personas, en especial los jóvenes, cuando se refieren a este país como conservador solo lo hacen cuando se trata de asuntos religiosos o de noticias sobre violencia contra la mujer. Pero el problema no es que piensen así de Colombia por ese tipo de hechos; pues bien tienen derecho a expresar sus inconformidades sobre los acontecimientos en los que se ven envueltos la religión y la violencia contra el género femenino; sino que el problema reside en que ellos consideren el país de ese modo, solo porque sus habitantes tienden al catolicismo, al cristianismo y a la violencia; cuando en realidad hay otras cualidades que hacen de este país un sitio atrasado. Una de ellas, y que es la que me propongo a tratar en este artículo, es nada más ni nada menos que el servicio militar obligatorio de Colombia.


Así es, la supuesta obligatoriedad de deber que todos los varones de Colombia poseemos. Sonará muy atrevido de mi parte que me exprese de ese modo ante dicha ley, pero hay que reconocer que en el mundo existen toda clase de leyes absurdas que coartan el libre albedrío de una persona, como en Arabia Saudita, el país donde, no hace mucho, las mujeres no podían conducir ni salir de su nación sin el permiso de su marido. Para ser más sincero, es obligación de todos, hombres y mujeres, reconocer tales leyes absurdas que no hacen bien a los habitantes de un país (ni siquiera en el plano moral), sino que terminan por ser contraproducentes, para así evitar que los atropellos deliberados que cometen contra uno sean detenidos para siempre. Ahora dirán: ¿por qué hablo tan mal del servicio militar en Colombia?


Tal pregunta habría de hacérmela alguien que siente afinidad por esa medida, como los miembros del Ejército, que echan en cara su “heroica y altruista” labor, cual persona que obra exclusivamente por el interés; o bien habría de hacérmela el político que gusta sentarse en la espalda del ciudadano. Porque si dicha interrogante me la hiciera una persona del común, tendría que ser una persona que no se ha enterado todavía del abuso y robo que dicha ley le hace a los hombres y padres de familia de Colombia.


Lo más contradictorio del asunto, es que no podemos olvidar que este es un país cuyos habitantes persiguen la paz con fervoroso anhelo, y cuyos mandatarios la negocian y garantizan, como si ellos fueran el Mesías próximo a venir. Pero, ¿cómo es posible una paz donde el militarismo se reafirma más que nunca? Dicha situación sería tan ridícula, que hasta un infante, bien educado, podría llegar a esa conclusión sin mucho problema. De por sí ya es contradictorio el hecho de que se desee la paz, porque la paz no es un concepto a medias. Si Colombia fuese un lugar pacífico, tendría que estar desprovisto de todo signo latente de criminalidad, y posterior a eso, desmontar el ejército, la policía, el Esmad, y toda fuerza pública; puesto que sin crimen, no sería necesaria la fuerza pública; sin contar que, por ser Colombia un lugar pacifista, no podría albergar instituciones que se valieran del uso de la violencia para ejercer su poder, como lo es el ejército; porque si no, automáticamente dejaría de ser pacifista, pues no se puede ser pacífico y peleonero al mismo tiempo. Me dirán que eso es algo utópico y hasta desacertado, pero estarían afirmando también que la paz es utópica y desacertada, o más bien: una idea que no merece su materialización.


Este país bien podrá ser conservador, pero no sólo por su religiosidad o su violencia, sino también por su tendencia al militarismo. Sinceramente no puedo comprender cómo es que hay personas que dicen tener un “pensamiento crítico”, y no dan cuenta sobre este tipo de situaciones, donde son las leyes y los artículos los que oprimen al pueblo colombiano. Pero eso pasa cuando no se recurre a la capacidad reflexiva y se limitan a hablar de temas más cascados que un saco para boxear, como eso de que la religión es lo más truculento del mundo. Y bueno, no hay que olvidar que Colombia es un país donde tampoco se nos enseña a desarrollar un pensamiento crítico, que pueda emancipar, a uno y a todos sus habitantes, de las injusticias y las desgracias que se padecen. La educación del país suele limitarse a dar teorías que, la mayoría de veces, carecen de practicidad alguna en la vida, y que nomás sirven para forjar vanidad en los estudiantes. Basta con que se fijen en la educación que reciben, y se darán cuenta que la respuesta está más cerca de lo que creen.


Sé que uno ha de hacer un bien por las personas de su nación, pero ¿quién fue el que dijo que un hombre sirve a su nación portando un arma y matando a sangre fría a las personas? porque da igual que sea guerrillero, delincuente común, etc., matar es matar, y qué escándalo hace la gente cuando se da a conocer una noticia sobre homicidio. Viéndolo de ese modo, la verdad es que de servicio no tendría nada, mucho menos cuando es de carácter obligatorio, pues nadie tiene disposición de hacer algo si le fuerzan a eso; sería como amarrar el cuello de un muchacho con una cadena, y arrastrarlo hacia la misa de las seis de la tarde, todo eso en contra de su voluntad.


El gobierno, en lugar de estar pensando cuantos meses ha de servir un hombre en el Ejército o cuál habría de ser el costo de la libreta militar, debería estar pensando en medios y leyes que favorezcan a las personas el acceso a la educación escolar y universitaria, porque se puede ayudar a la sociedad siendo un profesional bien cimentado, formado y educado; y no necesariamente portando un verduzco uniforme y unas placas de rango que crean tanta división y discordia como las barras bravas.


Si en verdad las personas de Colombia, que tan a menudo resolvemos nuestras inconformidades mediante malas caras, gritos, insultos y puños (y que, peor aún, le damos el visto bueno a esos actos) queremos vivir en un país pacífico, hay que empezar por rechazar y oponerse firmemente a aquello que nos incita a obrar con dureza y violencia. En el caso de los hombres, han de comenzar por negarse rotundamente a prestar servicio militar; así como también negarse a pagar por la libreta militar, aunque cueste cincuenta pesos. Puesto que dicha obligación impide al varón colombiano labrar su futuro (sin contar que coarta su libre albedrío). ¡Y qué si solamente se prestan doce meses! ¡El tiempo es tiempo, el cual jamás se recupera! Además, ese puede ser tiempo en el cual se pueden dedicar al estudio, al trabajo o al emprendimiento de algún proyecto personal. Anteponer el derecho de la mayoría por encima del propio es claramente un abuso, y una negación aplastante contra la existencia del concepto de libertad, pues una sociedad no se puede autoproclamar de ser libre si sus habitantes lo son a expensas del sufrimiento de otros; y el servicio militar obligatorio representa muy bien ese escenario.


Sigo sin comprender el que muchos asiduos críticos ataquen la religión por el hecho de que los pastores usan la plata del diezmo y de la ofrenda para cubrir sus necesidades y lujos, cuando el Ejército hace algo semejante con el cobro de la libreta militar, el cual llega a niveles exorbitantes, como puede serlo tres millones de pesos; dinero que uno podría usar para cubrir parte de la matrícula de la universidad. ¡Ah! Pero me dirán lo siguiente: “Es que el Ejército usa el dinero de la libreta para comprar armamento para su mantenimiento y fortalecimiento”. Como dije antes, si los colombianos buscan la paz, deben negarse a realizar cualquier acto que atente contra el bienestar y la armonía (que son otras maneras de referirse a ese concepto de “paz”). Ceder el dinero, que para muchos en este país es apenas suficiente para subsistir y hasta para cubrir otros gastos, para que se invierta en armamento sería algo hipócrita, pues se estaría contribuyendo a la guerra, acto en el cual nadie querría participar y en el que mueren gran cantidad de personas; y lo que uno jamás puede desear es ver sangre siendo derramada de un cuerpo, así el armamentismo sea muy lucrativo. No se puede hablar de un país de paz si se contribuye (con un dinero que no sobra) al desarrollo y fortalecimiento de la guerra. Dicho de otro modo: la libreta militar existe para que el Ejército pueda cobrar por su obtención, y así tener capital con qué comprar sus cosas, cuando eso debería ser labor de los políticos, que tan ansiosos se muestran por conservar el Ejército, haciendo de su ingreso algo gratuito y fácil, mientras que se establecen costos altos para acceder a la educación universitaria. Eso es promover la incultura, y eso es inaudito.


También es necesario que les llame la atención a todas las comunidades religiosas que hay en Colombia, porque este asunto les compete también a ellos. Así como salieron a marchar por su inconformidad con las cartillas que informaban sobre la ideología de género, en 2016, así mismo sería bueno que los sacerdotes y los pastores también se pronunciaran contra el servicio militar obligatorio, tan inmoral y tan contrario a las doctrinas que profesan, pues, para aquellos que dicen creer en Dios, no deben olvidar que Cristo estableció una serie de principios a seguir lealmente, como lo es el amor al prójimo y a los enemigos, el perdón, y la no violencia. Siendo que esos principios son mandato de Dios (y que también son la base de toda sana convivencia, aun para los que no creen), los creyentes no pueden estar de acuerdo con la obligatoriedad de dicho servicio, y deben de rechazarlo por entero; siendo bueno que también salieran a marchar, mostrando su descontento contra una ley que los incita a obrar pecaminosamente.


Sin embargo, es posible que, eventualmente, algunos me salgan con lo siguiente: “El servicio militar obligatorio es imprescindible porque se requiere que muchos hombres se incorporen a filas porque existen todavía grupos guerrilleros”. Respecto a eso, la cuestión es simple: Si el servicio militar fuese el factor que pusiera un alto o el fin a esos grupos al margen de la ley, estos habrían desaparecido hace ya muchos años. Y tratándose de dicha situación, a la larga terminaría siendo un caso de fe ciega el seguir esperando, año tras año, que con esta medida legal se solucionara toda esa serie de conflictos. El que a estas alturas existan enfrentamientos aun cuando el servicio militar obligatorio se encuentra plenamente vigente demuestra que este es completamente inútil.


Por otro lado, aquellos hombres que están tan afanados o simplemente quieren evadirse de prestar el servicio, seguro están enterados de que existe algo llamado “Objeción de conciencia”, el cual es un documento en el que se constata que uno es inapto de prestar servicio militar por convicciones políticas, religiosas, entre otras. Dicha alternativa se encuentra aprobada por la Constitución, y el individuo puede hacer uso de esta herramienta para evadirse de esta disque obligación (aunque es probable que el Ejército ponga trabas durante el proceso, como es de esperarse). Con esto quiero llegar a que algunos pueden decirme que simplemente hay que optar por esta objeción, pero eso sería permitir que este abuso siguiera ahí, atrapando a quienes no estén enterados de esta modalidad. Reconozco que uno ha de velar por su propio bienestar, pero tampoco se puede ser tan cínico ante la suerte de nuestros semejantes. Muchas mujeres hacen valer su palabra hoy en día gracias al sentimiento de solidaridad que hay entre ellas, así como al hecho de que no son indiferentes ante las desgracias o abusos que otra mujer pueda estar sufriendo.


Aunque el problema del servicio militar obligatorio debería interesarle a ambos sexos, es necesario que los varones, jóvenes, adultos y viejos, comiencen a alzarse y a pronunciarse contra esta medida. Dejar atrás ideales retrógrados y nada éticos, como eso de que portar un arma es sinónimo de hombría. Y tener el valor y la firmeza necesarios para negarse a entrar en el ejército y a pagar un documento que puede llegar a costar un ojo de la cara, y que ya no impide a los hombres graduarse de la universidad. Porque mientras haya hombres indiferentes, frívolos, perezosos, y burlones, los abusos siempre estarán a la orden del día. Dirán que yo podría hacer algo más, en vez de escribir esto, pero decir eso no viene al caso, porque no depende de mí solo el que haya o no servicio militar obligatorio; un solo hombre no puede cambiar el curso de esta situación. Así como Gandhi no alcanzó la liberación de su nación por sí mismo, ningún cambio social se elabora y se lleva a cabo por una sola persona. Se requiere que todos, incluso las mujeres, nos unamos y hagamos valer nuestro parecer frente a esta ley. Porque estando unidos es cómo hacemos sonar una voz más fuerte, que incluso puede llegar a cambiar leyes.


De modo que, si alguien, en algún momento, piensa afirmar que Colombia es un país conservador y tercermundista, está en todo su derecho de expresarlo, pero que no se apoye en razones tan gastadas como lo de la religión y su intromisión en la política, sino que también lo digan pensando en otras prácticas y costumbres en los cuales gran parte de los colombianos (y de la humanidad) incurren, como lo es la aprobación y el ejercicio del servicio militar obligatorio. Por último, reitero que si los colombianos desean la paz, el paso que deben dar para conseguirla es acabar con esta ley.




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